"Me hablaron de formar un negocio propio de productos lácteos y de acceder a un capital inicial"
Pamela, comercializadora de productos lácteos
Cuando Pamela Quispe empezó a preparar yogurt, no estaba muy convencida de que fuera un buen negocio, pero no perdía nada intentándolo. Como criaba vacas y cabritas, le aconsejaron aprovechar la leche de estos animales para hacer yogurt. Hasta entonces, Pamela se encargaba de su chacra de tres hectáreas en la que, junto a su esposo Rodolfo Llancari, sembraba alfalfa. Pero decidió elaborar yogurt natural para ofrecerlo a sus vecinos del distrito de Independencia, en Pisco. En un día no podía hacer más de cinco litros pues no tenía los implementos necesarios ni una congeladora donde conservar el producto. Hasta que supo del programa Pisco Emprendedor y los cambios llegaron.
Este programa, creado en el 2015, es impulsado por Pluspetrol, operador de Camisea, para que los jóvenes de Pisco puedan iniciar una microempresa o hagan crecer la empresa que ya tienen con nuevas ideas. El programa de formación y acompañamiento tiene dos fases. En la primera, la meta de los participantes es elaborar un plan de negocios. Para eso son asesorados y su plan es calificado por un jurado. Quienes aprueban pasan a la segunda fase. Reciben 1.500 soles como capital semilla y capacitación en marketing, contabilidad, finanzas y otros temas claves para conseguir una buena gestión del negocio.
Con el capital recibido, Pamela Quispe compró una congeladora, una cocina de dos hornillas y ollas. Su producción creció. Formalizó su empresa con el nombre de Productos Lácteos Pame y sumó a su lista de sabores los de fresa, durazno, piña, arándano, lúcuma, guanábana, plátano, y otras frutas de estación. “En las capacitaciones me dijeron hasta a qué precio debería vender el yogurt para que sea rentable”, dice. Ahora produce hasta 600 litros de yogurt al mes.
“En las ferias organizadas por el programa, he vendido hasta 70 litros en dos horas”, recuerda Pamela. “No pensé que mi yogurt iba a tener tanta demanda”. En la primera feria donde participó, Pamela sintió miedo. Creía que a nadie le gustaría su producto. “Pero apenas empecé, la gente se amontonó y comenzó a pedirme hasta por vaso”, cuenta. Le faltaban manos para atender a todos.